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El invierno comenzará el 21 de diciembre de 2025, y quienes viven o pasan largas temporadas en zonas de montaña saben bien que no solo el conductor sufre las bajas temperaturas. Los coches también padecen el frío, especialmente cuando el termómetro baja de los 0 °C.
Los líquidos se espesan, las baterías se descargan más rápido y la sal de las carreteras puede oxidar componentes esenciales. Preparar el vehículo a tiempo puede marcar la diferencia entre circular con tranquilidad o enfrentarse a una avería en plena nevada.
El gasóleo se convierte en el gran enemigo en invierno. A partir de los 30 °C bajo cero, puede llegar a gelificarse, volviéndose tan denso que la bomba de combustible o los inyectores no logran moverlo. En consecuencia, el coche no arranca. Las gasolineras de montaña añaden aditivos anticongelantes para evitar este problema, aunque también se pueden usar productos similares en el depósito de los coches diésel. Lo mismo sucede con el aceite del motor, que se vuelve más espeso con el frío y pierde capacidad lubricante, lo que puede ocasionar averías graves en el propulsor. También hay que vigilar el AdBlue, que se congela a partir de los –14 °C, y el líquido refrigerante, que debe contener anticongelante y no agua corriente, ya que esta puede congelarse y dañar el sistema.
El frío afecta directamente a la conductividad eléctrica, por lo que las baterías pierden potencia y el motor puede tener dificultades para arrancar. Para evitarlo, conviene aparcar en garaje o, si no es posible, desconectar los bornes durante las noches más frías. Una batería en buen estado es esencial para garantizar el arranque en climas extremos.
En los pueblos de montaña es habitual ver coches con los limpiaparabrisas levantados. No es casualidad: si las escobillas se congelan sobre el cristal, pueden romperse al intentar activarlas. Además, si el parabrisas está cubierto de nieve, el peso puede forzar el mecanismo y dañar el motor del limpiaparabrisas. Nunca se debe echar agua caliente sobre el cristal para descongelarlo: el cambio brusco de temperatura puede agrietarlo.
Las carreteras de montaña se cubren de sal para evitar la formación de hielo, pero esta es altamente corrosiva. Con el tiempo, puede oxidar los bajos, la suspensión o el tubo de escape, además de dañar la pintura del coche. Por eso, es recomendable lavar el vehículo, especialmente los bajos, tras circular por carreteras saladas, y aplicar productos protectores si se vive en zonas donde este tratamiento es habitual.
Conducir en montaña implica pendientes, atascos y arranques constantes. Todo ello desgasta el embrague, que puede llegar a quemarse por exceso de fricción. También, al intentar salir de un atasco en la nieve acelerando más de la cuenta, el sistema se fuerza y acaba dañándose. En estas situaciones, es mejor usar marchas cortas y mantener un control suave del pedal.
Los neumáticos de invierno mejoran la tracción por debajo de los 7 °C y ofrecen seguridad sobre nieve y hielo. Sin embargo, si se utilizan con temperaturas altas se desgastan rápidamente, reduciendo su vida útil. Conviene sustituirlos por neumáticos de verano o all season cuando el tiempo se estabiliza. Además, recuerda que la presión de las ruedas baja con el frío, y puede compensarse usando nitrógeno, que mantiene mejor la estabilidad de la presión.
Muchos conductores novatos en zonas de montaña sufren daños al colocar las cadenas de forma incorrecta. Una cadena mal ajustada puede dañar los latiguillos de freno o la dirección. Existen alternativas más sencillas, como las fundas textiles, que son más fáciles de montar y cumplen la misma función.
Pasar el invierno en la montaña puede ser una experiencia maravillosa, pero también un reto para el coche. Revisar los líquidos, la batería, los neumáticos y el sistema eléctrico antes de que llegue el frío evitará muchos contratiempos. Un mantenimiento preventivo es siempre más barato —y seguro— que una reparación en carretera.
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